Sí, fue exactamente uno cuando en el periódico «A Tarde» (Bahia, Brasil), afirmé que la Reeducación Postural Global no puede ser tratada como un producto de mercadillo. Lo confirmo y he podido valorar su utilidad, por la oleada de reacciones positivas que se han ido manifestando a través de las redes sociales, viniendo tanto de pacientes como de colegas de todos los países donde el método está presente.

La RPG no es más que lo que es, una piedra en el edificio de la reeducación, pero debe ser respetada como tal.

¿Qué futuro queremos construir?

En plan general, a escala planetaria, hemos entrado en un período crucial de elección y, por lo tanto, de escisión. ¿Continuaremos destruyendo nuestro pobre planeta? ¿O por fin conseguirá un estallido de revolución saludable que los terrícolas tomen conciencia de los desastres provocados por la polución, el calentamiento global, el agotamiento de las reservas, etc…?

¿Conseguiremos salvar a nuestras democracias de los peligros de los sectarismos, de la xenofobia, de las dictaduras, de la corrupción?

A nuestra pequeña escala, ¿somos realmente conscientes de que nuestra profesión de fisioterapeutas es maravillosa y de que tenemos entre las manos uno de los bienes más preciosos que hay: el cuerpo de nuestros pacientes?

¿Queremos estar entre los mejores, como hay tantos y por todas partes, que trabajan, investigan, siguen formaciones enriquecedoras, progresan…; en una palabra, que se cuestionan cotidianamente… o deseamos desvalorizar nuestra propia profesión?

Hay personas, y lo sabemos todos, que ensucian todo lo que tocan. La piratería no es únicamente una falta de ética, una cobardía y una demostración de nulidad individual, sino también una puñalada en la espalda a cualquier disciplina.

Sí, «¡Indignémonos!», como muy bien ha escrito Stéphane Hessel. Denunciar el mercantilismo es preservar nuestra autoestima y defender a nuestros pacientes.
¡Busquemos la calidad por todas partes, donde quiera que se encuentre!

«No es el camino el que es difícil, sino lo difícil que es el camino.»
(Sören Kierkegaard, 1813-1855)